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Chatear sí, pero conversar también

5 julio 2016 Revista 5 Sentidos

Los chats son importantes, WhatsApp nos facilita la vida, pero no podemos olvidar el valor de conversar con otra persona.

Dibujo a lápiz de chicas conversando

Por Claudia Arias V.

Bendito sea WhatsApp. Cuántas llamadas, de esas que da pereza hacer, y que a la larga son innecesarias, nos ha evitado. Concretar una cita, avisar que llegaremos tarde a algún lugar o mandar un mensaje de saludo corto cuando sabemos que el otro está ocupado son posibilidades que nos ha brindado este chat.

Pero entonces un día te escribe un amigo con el que quedaste para un café: “No voy a poder ir, tengo cáncer”, y al leerlo algo no te funciona. Lo llamas de inmediato y le reclamas: “Oye, ¿cómo me das esa noticia así?, ¿estás bien?, ¿qué necesitas?”, son momentos determinantes en los cuales quieres oír la voz del otro que te permitirá adivinar qué tan grave es el asunto, cuán triste, ansiosa o asustada está esa persona que quieres y hacerle saber que estás ahí para ella.

Necesitarás más que eso, querrás verlo, hablarle mirándolo a los ojos, abrazarlo, decirle a la cara que todo estará bien, aunque lo único que sabes es que también estás asustado y que en realidad no sabes si es cierto. Pero el solo hecho de estar cerca y de hablarle teniéndolo al frente, hará más llevadera la situación para ambos.

La tecnología nos ha acercado tanto que ha terminado por alejarnos. ¿Cuántas veces hemos tratado de resolver un asunto explicándolo primero por WhatsApp, luego por mail y como último intento con una llamada, para descubrir al final que, al juntarnos con el otro, mirar sus expresiones, entender su punto de vista cara a cara y, especialmente, validarlo, permite resolver las cosas en cinco minutos. El tal ahorro de tiempo no existe cuando se trata de comprendernos, cada intento fallido de evitar un encuentro se paga con minutos que corren y frustraciones que llegan con su respectiva lección.

Conversemos, no evitemos la fatiga de desplazarnos pensando en nuestra comodidad. Cuando dejamos que el tiempo pase y permitimos que solo nuestros dedos y el teclado hablen por nosotros, construimos un abismo. Reconstruir las redes que nos humanizan a través de las relaciones que establecemos con otros en términos de volumen, entonación y tono, toda esa calidez que trae la voz, no resulta fácil, por eso lo mejor es no perder la costumbre.

Piénselo la próxima vez que vaya a enviar un mensaje de texto, más si es para su vecino de escritorio o para un amigo que trabaja cerca, y deje de crear excusas: seguramente está ocupado, no puedo llamar o ir porque tengo que hacer esto o aquello. Mañana lo llamo… Conversemos, no importa de qué, ni en qué grado de profundidad; conversemos, aunque sea como ejercicio, quizás en el camino recordemos por qué antes disfrutábamos tanto aquello que hoy parecemos haber olvidado.