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Así ha cambiado la Navidad

14 enero 2021 Revista 5 Sentidos

Recordar la magia de la Navidad es rescatar el valor de lo sencillo.

Familia cena en fiestas navideñas

La verdadera magia de la Navidad está en compartir con la familia, los vecinos y los amigos, esos detalles que nacen del corazón.

La Navidad, más allá de los gastos y afanes, es una época para llenarnos de amor y compartir nuestros seres queridos.

Las parrandas, los millones de regalos de compromiso, los trasnochos, pueden convertir a diciembre en un mes agotador y que solo se mire como la época de más gastos, cansancio y estrés. La realidad es que la Navidad, para que sea hermosa, cálida y realmente especial, requiere corazón, rituales, cuidado y mucho amor. Eso nos enseña la tradición y por ello debe mantenerse viva: la Navidad es aquello que le pongamos dentro, aquello que hacemos con amor, en compañía de quienes queremos, con toda la conciencia y el disfrute.


Lo que fue

La fiesta de Adviento

La Navidad no comenzaba en octubre como ahora, era el 30 de noviembre cuando con una misa nocturna y una reunión familiar, se le daba la bienvenida a ese mes de preparaciones. Al Niño Dios había que darle la bienvenida.

El pesebre, un trabajo colectivo

Tal vez la Sagrada Familia, los reyes y los pastores se habían comprado (muchas veces eran herencia familiar y se cuidaban como tesoros), pero el pesebre se hacía en colectivo y con elementos provenientes de todos lados. Todo comenzaba con una salida al monte a buscar el musgo que no podía faltar en la escena. Luego, armar el pesebre podía llevarse todo un día y se le asignaba una habitación especial. Cajas de cartón hacían las montañas, las envolturas metálicas de las chocolatinas se guardaban todo el año para hacer los ríos y lagos. Había bosques, casas construidas con palitos de paletas, arena que marcaba el camino de llegada de los Reyes Magos y uno que otro “muñeco moderno” que comenzaba a hacer parte natural de la escena, si los niños así lo decidían. En el pesebre trabajaban grandes y chicos, cada uno aportaba sus ideas y habilidades y al final, sobre el establo, un niño premiado ponía la estrella, que guiaría a la humanidad hacia la cuna del nacimiento de Cristo.

Un camino de peregrinación

El Niño Jesús se ponía en su sitio el 24 de diciembre. Y para sorpresa de los pequeños de la casa, cada día, los reyes que habían comenzado su camino lo más lejos posible del establo, avanzaban un poco. También, ¡las ovejas y los pastores se encontraban en posiciones diferentes! Y es que un adulto, en mitad de la noche cuando ya todos dormían, se encargaba de que la escena cambiara y los visitantes avanzaran hacia el nacimiento.

El secreto de las Navidades de antaño era un conjunto de ingredientes que todavía se pueden utilizar: amor, tiempo, dedicación en las preparaciones y muchos rituales, para hacer todo inolvidable y especial.

El traído del Niño Dios

El mundo contemporáneo, con su gran oferta de artículos de toda clase, hace que cualquier día que se quiera se compren y se regalen cosas. Pero hace no tantos años, era el Niño Dios el que traía los juguetes y los regalos más importantes de todo el año. Para muchos el traído era “la muda”, la ropa nueva para lucir en año nuevo; para otros, la bicicleta, la muñeca o el balón de fútbol con los que se había soñado todo el año y si se había portado bien. Porque para los niños necios solo había un carbón debajo de la almohada. No había dolor y vergüenza más grande que esa.

Los aguinaldos

Muchas veces este consistía en la maleta y los útiles que se estrenarían en enero o los zapatos escolares. Ir a comprar los regalos no resultaba complicado porque todos en casa habían “hecho ganas” por un año entero de lo que querían y se sabía a ciencia cierta cómo darles gusto. Los niños también daban aguinaldos: dibujos y artículos que hacían a mano con lo que habían aprendido, para la gente que más querían. Para los regalos de compromiso, generalmente se recurría a una delicia gastronómica: una torta, un dulce o un licor hecho en casa. Un detalle sin mucho peso económico.

Día de velitas

El 7 y el 8 de diciembre eran días de celebración. En la noche de las velitas se reunían familia, vecinos y amigos a venerar a la Virgen. En el día se iba de iglesia en iglesia para ver los pesebres de cada parroquia y en la noche, si ya había, se visitaban los alumbrados. No faltaba la misa en la que un pesebre de carne y hueso representaba la Natividad.

16 de diciembre

Pareja abrazándose con luces navideñas alrededor

Este era otro día emblemático de la Navidad. Por un lado comenzaban las novenas y en una noche se podía acudir a dos o tres: una en la iglesia y otras dos en las casas de los más allegados. Grupos de jóvenes itinerantes recorrían la casa de todos los amigos, aportando cantos con guitarra y la alegría de un día festivo. Por otro empezaban los aguinaldos, esos juegos que divertían a adultos y niños: “pajita en boca”, el “sí y no”, “beso robado” o el “tres pies”

Los villancicos

Estos no han cambiado mucho. Como cada novena era un encuentro de celebración, si no se tenían instrumentos como panderetas, guitarras o maracas, comenzaban a salir las tapas de olla, las cucharas o se hacían rascas con las peinillas para acompañar los cantos. A la nanita nana, La burra rinrín, Noche de paz comenzaban con aire solemne y muchas veces terminaban en velocidad de baile y todos los niños muertos de risa.

Platos especiales

Madre e hija haciendo galletas navideñas

Todo sabía a gloria porque todo se hacía en casa con esmero y mucho amor. Ese era el ingrediente secreto. La natilla, los buñuelos, los tamales, las hojuelas y los dulces de mora o papayuela tardaban todo un día en prepararse y en la actividad intervenían todos. Para la natilla los más fuertes de la casa molían el maíz y todos, desde la abuela hasta los nietos mayores se turnaban para batir y batir la mezcla y evitar que se formaran grumos. El premio después de todo ese trabajo era “ruñirse” la batea o la cuchara de palo y disfrutar del “pegao”, que era todo un tesoro. Para Navidad y Año Nuevo, muchas veces se “mataba marrano”, función de día entero e intervención colectiva, era un día festivo en el que todo el trabajo se acompañaba de buena comida, risas, quereres y uno que otro aguardientico.

Celebración colectiva

La Navidad era época de celebrar en familia, pero también de compartir en comunidad, no faltaban los programas de barrio, de cuadra, de iglesia, de familia, desde la chocolatada hasta el concurso de la cuadra más bonita. Muchas misas eran precedidas o seguidas de fiestas comunales donde abundaban la comida, la música y la celebración. Los globos, la pólvora, el año viejo el 31 de diciembre, eran parte fundamental de la diversión general.

6 y 7 de enero, una despedida con todas las de la ley

Una época tan maravillosa debía despedirse con conciencia y esto se hacía en el campo, en un paseo de olla, donde se remataba la época de Navidad. Sancocho, ajiaco o fríjoles se llevaban con todos sus complementos y con un fuego de leña, juegos y risas se decía adiós a una época feliz y bienvenida a un año nuevo.

¿Qué es lo que más recuerda de la Navidad? ¿Ahora, cómo la celebra en su hogar?