La escritora Piedad Bonnett, con más de 20 años en las letras, no se considera distinta a las millones de mujeres que luchan por su autonomía.
Piedad Bonnett siempre está ocupada enfrentando sus propios miedos, esos que llama sus peores enemigos. Se la pasa librando batallas internas para que al final, sabiéndose vencedora, imponga su tesón, su visión crítica y esa ética del trabajo que le aprendió a sus padres —la del esfuerzo y la disciplina— sobre cualquier proyecto personal.
Las batallas externas —las de las expectativas ajenas y los reconocimientos— se las deja a otros. A ella poco le preocupa si es una de las poetas más influyentes del país, si gana premios nacionales e internacionales, si es una columnista famosa, si vende cientos de ejemplares de sus libros… Todo lo que le importa es ser fiel a sí misma, y por eso, ha dejado una huella indeleble en la literatura colombiana y se ha convertido en una voz feroz y necesaria dentro del análisis de los sucesos nacionales.
Ni el Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura (1994), ni el XI Premio Casa de América de Poesía Americana (2011) y mucho menos el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (2012) la han cambiado. Ella simplemente sigue su vida, escribiendo poesía, novela, teatro, ensayo y antologías. Y también las columnas dominicales para El Espectador, a las que llegó con su pluma, por recomendación del escritor Héctor Abad Faciolince, para hacer “un ejercicio maravilloso de pensamiento sobre la realidad”.
Piedad nació en Amalfi, un municipio del nordeste de Antioquia, pero se formó en Bogotá. Allí estudió Licenciatura en Filosofía y Literatura en la Universidad de los Andes y luego una Maestría en Teoría del Arte y la Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia. Dos instituciones que, además de formarla, le han permitido explorar el oficio que le llegó por herencia de sus padres: la docencia.
Y aunque todos estos logros y reconocimientos son bastante preciados en el mundo literario y en la opinión pública, ella no se percibe como excepcional. Más bien se ubica en colectivo, entre las millones de mujeres que han enfrentado la pérdida de un ser querido, han tenido amigas extraordinarias, están en permanente conflicto con su entorno para encontrarse internamente —como lo hacen los personajes femeninos de sus novelas— y han luchado hasta el cansancio para defender su autonomía y derrocar la sumisión.
Una lucha por la libertad
“Yo toda la vida peleé por no tener jaula, con muchas dificultades. Que mi propio marido intentara controlarme la hora de llegada, que algunos profesores no escucharan mis opiniones por ser mujer, que un editor alguna vez me alzara la voz… Esas fueron cosas a las que me resistí porque siempre ha habido en mi naturaleza, en mi ADN, una capacidad de poner en cuestión lo que me dicen”, relata.
Reconoce, eso sí, que ha tenido privilegios como el haberse criado en el lecho de una familia que veía la educación con fervor, con una madre que le inculcó el poder de las palabras y con un padre lector, dueño de la pequeña biblioteca en la que Piedad aprendió a leer y en donde se enamoró de la literatura por medio de cuentos infantiles.
Haberse trasladado a Bogotá desde su natal Amalfi también fue un privilegio, pues pudo estudiar en la Universidad de los Andes, una de las mejores del país. Cuando tenía 17 años, impulsada por las ganas de escribir pero sin la ambición de convertirse en escritora, se enfrentó a su padre, quien se oponía a que estudiara Literatura, y salió vencedora por su obstinación.
A los 19 se casó y a los 20 tuvo su primera hija, a la que se dedicó a la par que a sus estudios, a la escritura de cuentos y poemas y a su hogar. Desde entonces han pasado más de tres décadas, en las que se ha ganado un lugar importante en las letras colombianas sin muchas pretensiones y “sin rogar ni morirme de la desesperación”.
Desde ese lugar que ocupa hoy en la literatura, Piedad dice que no escribe para combatir alguna causa; solo pone a sus personajes, en su mayoría femeninos (no porque se lo proponga, sino porque nacen con naturalidad), en situaciones cotidianas que muestran la complejidad del mundo en el que vivimos. Y concluye con un consejo para las mujeres: “que lean”, pues la lectura acelera procesos de liberación y es la llave para salir de las jaulas de una sociedad patriarcal.
Fotos: cortesía.
Fecha de publicación: marzo 1 de 2019.
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