Durante más de 30 años, ha hecho cine, televisión y teatro. Hoy es una de las voces que promueve el arte como detonante del cambio que necesita el país.
Siempre le han dicho que está loca y tal vez así sea. Alejandra Borrero reconoce que ha tenido la osadía de tirarse al vacío incontables veces y tomar decisiones que pocos asumirían. Ha vivido a contracorriente haciendo lo que le gusta y defendiendo aquello en lo que cree. Ha aprendido y ha enseñado. Si eso es locura, entonces ella la tiene toda.
Nació en Popayán y creció en una familia en la que rebosa el afecto. Por eso evoca con cariño los juegos entre primos y hermanos, las navidades juntos y esos abuelos insuperables que la llevan a una sencilla conclusión: “Todo ese amor que recibí es el que ahora puedo dar”.
Cali fue el escenario de su primer encuentro con el arte y Sandro Romero Rey, su profesor de teatro, el responsable de que Alejandra asistiera a esa cita. “Ahí empezó este amor por las tablas. En ese momento yo no me di cuenta, pero fue la apertura a una vida diferente (…); cuando me gané el primer premio de actuación con Sandro en un festival de teatro de la Alianza Colombo Francesa, no lo podía creer. Llegué a mi casa y dije: ‘Mamá, esto es lo que quiero estudiar’. Ella, por supuesto, se murió de la risa”, cuenta Borrero al recordar que su familia, cuando decidió ser actriz, pensó que aquello era una pérdida de tiempo y un capricho pasajero.
Dos universos llamados Buenaventura y Mayolo
Teniendo claro lo que quería hacer, Alejandra inició sus estudios en la Universidad del Valle, época en la que conoció a otro de sus grandes maestros: Enrique Buenaventura, director y fundador del Teatro Experimental de Cali, del que aprendió las infinitas posibilidades que ofrece la creación colectiva y la imperiosa necesidad de gozarse la vida sin tomársela tan en serio.
Después conocería a Carlos Mayolo, el guionista y director que hizo parte del mítico Grupo de Cali, quien la introdujo, sin retorno, al cine y la televisión. Bajo su batuta asumió el protagónico de Azúcar, una de las telenovelas colombianas más exitosas de finales de los ochenta.
Ambos directores fueron el abrebocas de una vida dedicada a las artes; la condujeron a explorar distintos lenguajes y manifestaciones de la creatividad. De las múltiples exigencias que tiene la interpretación, quizá ninguna sea tan compleja como lograr asumirse en el oficio escogido. Alejandra confiesa que le costó nombrarse y sentir que merecía el título que ya empezaban a darle: “No es fácil reconocerse como artista; es una cosa muy profunda. Somos actores, pero no todos son artistas”, afirma sobre una condición que, según ella, representa “la capacidad de ver más allá, de mostrar, de abrir puertas y ventanas, de hacer una metáfora que logre que entiendas el mundo de otra manera”.
Ni con el pétalo de una rosa
La experiencia sensible que da el ponerse en la piel de tantos personajes y la voz que su trayectoria le ha otorgado, abrieron para Alejandra Borrero otras responsabilidades, esta vez con las niñas y mujeres del país. Ni con el pétalo de una rosa nació en 2009 como un trabajo a partir de la obra de Guillermo Borrero, A la sombra del volcán, y se convirtió en una campaña para contrarrestar los distintos tipos de violencia contra la población femenina. Hoy es un festival que busca visibilizar y reconocer las historias de mujeres en situación de vulnerabilidad.
“Nos dimos cuenta de que el arte era absolutamente impresionante cuando se trataba de tocar temas tan difíciles como estos (…); el arte puede destapar y abrir unas fibras que uno no se imagina”, asegura Alejandra.
A esta iniciativa se une lo que para la actriz ha sido el trabajo más importante de su vida: Victus, la obra de teatro dirigida por ella en la que reunió a excombatientes de las FARC, exparamilitares, civiles y antiguos miembros de la fuerza pública. Este proceso ha sido la posibilidad de ver al otro que alguna vez fue adversario, conocer las dimensiones de su realidad y reafirmar el poder del arte y la educación en la construcción de paz en el país.
“Para nosotros fue un orgullo y un privilegio haber ayudado a transformar imaginarios a punta de arte simbólico y de cosas tan sutiles, quitando esta negritud que ha sido la guerra en Colombia (…). Seguimos trabajando porque vale la pena cada ser humano que tocamos”, concluye Borrero.
Casa E: un espacio camaleónico
En agosto de 2008, en medio de la búsqueda de un lugar para ensayar, presentar teatro y formar a nuevos actores y actrices, nació Casa E, un espacio capaz de mutar y albergar distintas expresiones artísticas. Este proyecto es un riesgo de esos que tanto le gustan a su cofundadora, el cual acerca al público a la experiencia del arte en tiempo real por medio de tres salas de teatro (con los nombres de Mayolo, Buenaventura y Arlequín) y un salón central.
Sin abandonar su vocación primaria, que es la actuación, y comprometida más que nunca con su trabajo social desde el arte, Alejandra Borrero siente que ha hecho la tarea, quizá a costa de su propio descanso, pero con la satisfacción de crear sin parar, con la dificultad y la incertidumbre que esto conlleva: “He vivido siempre en la cuerda floja, al borde del abismo; entre la felicidad y el pánico”, dice, muy segura de que esa adrenalina es lo que seguirá buscando.
Fecha de publicación: marzo 31 de 2019.
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