seguros-sura-me-recuerda-su-nombre-imagen
Blog

¿Me recuerda su nombre?

3 agosto 2018 Revista 5 Sentidos

Claudia Arias nos invita a escuchar al otro de manera consciente y atenta y a volver esto un hábito.

En esta columna Claudia Arias nos invita a escuchar al otro de manera consciente y atenta, para lograrlo, hay que aprender a escucharse a uno mismo.

Por Claudia Arias V.

Escuchar al otro es uno de los símbolos de respeto más preciados –y escasos también–, reconocernos distraídos, impetuosos al hablar cuando alguien no ha terminado, o desatentos y desconsiderados, no es fácil; pero si revisamos, aparecen síntomas que nos dejan en evidencia. Nos presentan a una persona, le damos la mano, decimos “mucho gusto, soy fulanito de tal” y dos minutos después nos vemos diciendo: “Disculpe, ¿me recuerda su nombre?”; alguien nos cuenta una historia, pronuncia una frase y de un momento a otro nos vemos completándola, cuando el otro no ha acabado siquiera de expresar su idea.

Reflexionar sobre el asunto resulta revelador, estamos tan poco presentes en ciertas ocasiones que recordar un simple nombre se constituye en un reto, no digamos información más relevante; y ni hablar de lo desconsiderados que nos descubrimos al quitarle las palabras de la boca al otro, para muchas veces evidenciar que concluimos a priori algo que este ni siquiera estaba tratando de decir. Serán cosas del afán y la sobrevalorada eficiencia que nos pide hacer todo rápido; pero rápido y mal hecho no es un buen negocio, resulta más sensato ir despacio asegurándonos de no perder información relevante.

El reto va más allá de la escucha y se traslada al terreno de la consciencia, si no se vive el momento presente a cabalidad, difícilmente se escuchará con atención; hay diferencias, claro está, una cosa es escuchar el nombre de un recién conocido en quien no tenemos mucho interés, otra que un colega o una persona muy cercana nos comparta algo importante y nosotros no lo consideremos como es debido. ¿Y cómo es debido? Quizás la mejor manera de describirlo sería como nosotros mismos esperaríamos que nos escucharan si estuviéramos compartiendo algo íntimo, profundo, angustioso, algo esencial.

Deseable sería escuchar siempre con buena atención, pero resulta inevitable tener momentos de distracción y terminar olvidando detalles menores o información crucial; en el camino queda la práctica, la disposición explícita de querer escuchar a los demás –un compromiso de yo con yo que ante el otro es transparente–. De ejemplo sirve la recomendación que nos dan a la hora de sentarnos al volante para manejar de forma más segura: hacer un pacto con uno mismo de estar sereno, ir a una velocidad prudente y no pelear con todo el que se le atraviese en el camino; pero esto se trata de algo que hay que decidir por adelantado, porque una vez se hunde el acelerador y aparece el atarván de turno, es difícil controlar la rabia.

Igual aplicaría para la escucha, que al final resulta algo que puede practicarse como tantas otras cosas, paso a paso. Lo primero sería escucharse uno mismo en ese deseo de aprender a escuchar a los demás de manera consciente y atenta, lo cual implica repasar y repasar, como un atleta, como un artista, que de un día para otro –pero después de muchos días– ve cómo ha mejorado su técnica. Lo demás es cuestión de hábito, de rutina, de volver a tener presente el compromiso, sabiendo lo fácil que olvidamos.

Podemos, pues, empezar con algo simple, un reto del día que nos lleve a no tener que repetir, al menos por 24 horas: “Disculpe, ¿me recuerda su nombre?”.