Uno de los bienes intangibles más necesitados en el mundo moderno es el tiempo. La clave para aprovecharlo es tener consciencia y asumir la libertad con la que actuamos.
“Cuando no trabaje todo el día me voy a sentar cada tarde a leer en el café”. “Ese cajón lo arreglo apenas tenga un día libre”. “Yo quisiera aprender italiano, pero con el trabajo y la familia no me da”. Tener a quien culpar cuando no hacemos lo que “deberíamos” hacer para que nuestras vidas sean plenas es magnífico, el problema viene cuando el trabajo se acaba, el día libre llega y la familia está ocupada haciendo lo suyo, entonces ya no tenemos a quien culpar de la falta de tiempo.
Leí por ahí que eso es todo lo que tenemos, tiempo, y aunque reclamamos cada día la falta de él, la angustia real llega cuando la vida nos ofrece el regalo de administrar las horas y no conseguimos hacerlo de manera acertada, o no estamos muy seguros de que así sea. Me dijo una amiga que en la vida uno no “tiene” que hacer nada, refiriéndose a que para no hacer aquello que deberíamos hacer –deber entendido desde la esencia del ser–, llenamos nuestro tiempo de actividades necesarias, mas no fundamentales.
Y es que al final nada se considera esencial, no absolutamente, pero cada individuo añora, en el fondo de su alma, algo que siente que debería hacer, un poco atendiendo a su vocación y esencia, a su ser. No tenemos que ser profesionales, no tenemos que hacer dos posgrados, hablar tres idiomas y viajar por el mundo, no estrictamente; no tenemos que hacer nada, pero el alma y el espíritu nos indican cuando esa libertad de administrar el reloj no nos satisface.
El tiempo como una suerte de verdugo y la libertad como la llave para que este no nos tiranice. El tiempo como la mejor herramienta para cumplir con nuestra misión, la libertad como el camino para trazar los pasos que nos permitan hacerlo. Tiempo para lo humano y para lo divino, para lo individual y para lo colectivo, para lo prescindible y para lo fundamental.
A veces es solo cuestión de elegir, el tiempo está ahí, qué voy a hacer con él es lo que establece la diferencia. ¿Cuántas veces tuve esa tarde para sentarme a leer en el café y preferí encontrarme con un amigo? ¿Recuerdo ese día libre que tuve para arreglar el cajón y me senté a ver televisión? ¿Cómo fue cuando me llegó la oportunidad de tomar mis clases de italiano y decidí mejor invertir ese tiempo con mi familia?
Las decisiones no son buenas o malas per se, son lo que son, es la manera en la que asumo esa libertad de elección la que me satisface o me llena de culpas o arrepentimientos. Siempre tendremos la maravillosa posibilidad de elegir, la cual viene acompañada de la responsabilidad de discernir si lo hicimos a conciencia o no, el asunto es no responsabilizar a otro de esa elección.
Tiempo y libertad, nadie me los quita, pero solo yo soy responsable de ellos. ¿Qué quiero hacer con mi tiempo libre? Nada, ni el trabajo, ni las obligaciones, ni la familia lo determinan, ¿qué tan claro lo tengo? Ese es el asunto que debo resolver.