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Poder ser, poder jugar

5 enero 2021 Revista 5 Sentidos

Recordando a Cortázar, Claudia Arias hace una invitación a volver al juego, no importa la edad.

Pies pisando unos números

Recordando a Cortázar, Claudia Arias hace una invitación a volver al juego, no importa la edad.

Por: Claudia Arias V.

“La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra”, lo dice Julio Cortázar en Rayuela y lo vivimos cuando regresamos a ella de adultos –a la novela, a la risa, a ambas–, escasas las dos por igual. Con la suma de los años restamos juegos y risas, dejamos de saltar en una sola pierna evitando pisar las líneas de la rayuela o golosa y de paso dejamos de reír, porque el juego suele traer eso, risa, risa y diversión.

De tanto en tanto intentamos regresar a la rayuela, al libro y al juego, aunque sean otro libro y otro juego, pero el tiempo de la adultez nos juega sucio, nos recuerda que hay asuntos más importantes, que jugar es cosa de niños. Acaso la lectura sí nos está permitida, pero incluso en ocasiones pasa a ser un asunto del deber, pocas veces logramos alojarnos en ella de nuevo solo por placer, suele haber propósitos más racionales ahora al tomar un libro en las manos.

Lo intentamos de nuevo a nuestra manera, una voz interna nos anima a volver al juego, lo logramos sin miramientos cuando hay niños cerca, quizás con la excusa de que ellos jueguen dejamos de lado el juez interior y nos abandonamos a la distracción que ello trae, por un momento ni siquiera pensamos, solo lo vivimos a plenitud. Al final el cansancio se sentirá en el cuerpo, en las comisuras de una boca que ha recordado las carcajadas, en las piernas y brazos que dejaron de andar y ordenar, para brincar y crear; el alma regresa recargada.

Nos desconectamos, el juego es un permiso para pocas horas, y mejor cuando llega sin avisar, entramos a él a voluntad, ojalá sin previo aviso, de colados; la invitación a participar parece cerrar puertas en lugar de abrirlas: “Vamos a empezar con una dinámica”, seis palabras que no queremos oír. Un adulto invitando a otros adultos a jugar como estrategia para romper el hielo en un grupo de desconocidos, si de eso va el juego entre grandes entonces no jugamos, suele funcionar mejor cuando nos van llevando a él engañados, sin anunciárnoslo.

Paradójico, cuánto lloramos de niños porque no fuimos invitados a jugar, mirando desde la distancia cómo los otros se divertían experimentamos por primera vez el rechazo y aprendimos a sobreponernos a él cuando la invitación llegaba, a agachar la cabeza con tal de entrar al juego; hoy preferimos no hacerlo, nos cuesta tanto agachar la cabeza como jugar. El juego en su expresión genuina como medio para abrir, incluir y conectar.

Entonces encontramos una rayuela pintada en alguna acera del barrio y nos dejamos llevar: 1, 2, 3, una pierna es suficiente a veces para sostenernos en el mundo; 4, 5, en otras ocasiones necesitamos ambos pies en la tierra para resistir; 6, de nuevo a una sola pierna, ahora más cansados, cojeamos, nos reponemos; 7, 8, podríamos quedarnos allí, pero alguien viene detrás y también quiere jugar, además solo falta el 9, última instancia para llegar al cielo, al de la golosa, damos el brinco final. “No puede ser que estemos aquí para no poder ser”, otra vez Rayuela, otra vez Cortázar. Poder ser, poder jugar.