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Las obsoletas fronteras de la edad

5 enero 2021 Revista 5 Sentidos

La columnista Claudia Arias hace una invitación a preguntar, entender y relacionarse con cualquier persona sin importar la edad que tenga.

Familia tomada de la mano

La columnista Claudia Arias hace una invitación a preguntar, entender y relacionarse con cualquier persona sin importar la edad que tenga.

Por Claudia Arias V.

¡Literal! Los tiempos cambian y el lenguaje también, vaya descubrimiento, y sí, porque cuando nos cuesta aceptar los años y entender que ya muchos de quienes nos rodean son más jóvenes que nosotros, alguno de estos “muchachos” dice cierta palabra que hasta entonces nos era desconocida o que conocíamos, pero en otro contexto, y entendemos que pertenecemos a otra generación. Sí, literal, dirían hoy algunos.

Los contemporáneos acompañan gran parte de nuestra vida, salimos de casa, de crecer con unos padres que por momentos nos resultan bien mayores –aunque no hayan llegado ni a los cuarenta– y de unos hermanos más próximos, pero de los que queremos diferenciarnos a toda costa. El colegio llega con los primeros amigos cercanos en edad, nos identificamos en nuestro gusto por cierta música, vamos uniformados aun sin tener uniforme y anhelamos determinados sabores; a veces llegamos a tal simbiosis que, sí lo pensamos, no sabemos si era algo que de verdad nos gustaba o solo lo que la manada imponía.

Seguimos ampliando relaciones con personas de edades similares, pero mientras el limitado mundo del colegio da paso a las conexiones más diversas de la universidad, nos topamos con profesores de más de cuarenta que ya no nos resultan tan viejos como nuestros padres cuando eran incluso menores; con compañeros que llegan a estudiar de nuevo, aunque “ya no están en edad” y en unos y otros encontramos rasgos que nos cautivan. Todavía tenemos los amigos con los que compartimos una banda sonora y un estilo de pantalón, pero empezamos a vislumbrar que la vida no termina entre los nacidos en años determinados.

Abrir esa puerta es mágico, nos permite sentarnos una tarde con el abuelo y sus amigos y entender que tras esas canas y arrugas hay personas que también quisieron diferenciarse de sus hermanos y armar una manada a su medida, esa que aún conservan, y que sus canciones favoritas al final no son tan aburridas; personas con una mirada que nos enriquece y nos ayuda a ver más allá. De un día para otro los papás dejan de ser viejos y acaso conseguimos un amigo de su edad, un amigo “interesante”, diríamos.

Pronto nosotros seremos esos a quienes los hijos –propios o de los contemporáneos– verán tan viejos como vimos en algún momento a nuestros padres, entonces comprender su corte de pelo, la forma en que bailan y las palabras que usan nos resultará, al menos, retador. Es hora de hacer el ejercicio de nuevo: pasar una tarde con ellos sin invitar a nuestro juez interior, compartir su música al volumen que ellos determinen, probar esa receta de la cual no conocemos ni la mitad de los ingredientes y preguntar, entender, validar.

Si de pequeños todos nos resultaban viejos, de mayores podemos pensar que los más jóvenes son aún inmaduros y que, debido a la confusión propia de ciertos períodos de la vida, no hay mucho que aprender de ellos. Que el calendario no nos nuble, en un mundo que busca renovar paradigmas y dejar de lado la discriminación, las fronteras de la edad están más obsoletas que nunca.