
El tiempo es un tesoro que tenemos adscrito desde antes de que tengamos consciencia y por ello no lo valoramos ni lo cuidamos.
El tiempo es un tesoro que tenemos adscrito desde antes de que tengamos consciencia y por ello no lo valoramos ni lo cuidamos.
Cuando decimos “El tiempo es oro”, no solamente hablamos de un tesoro económico. En una vida en la que tenemos que responder a múltiples obligaciones, ser multitasking, cuidarnos y cuidar a los nuestros, cada segundo se hace invaluable.
Por ello ser cumplidos, llegar a tiempo, es una obligación y una muestra de respeto hacia el otro, un reconocimiento de que su tiempo nos importa y agradecemos, por lo tanto, que nos regale ese minuto que empleará con nosotros.
¡Todo el mundo llega tarde! ¿Qué tanto importan quince minutos? Importan. El tiempo pasa inexorablemente y no se recupera. Es un tesoro que tenemos adscrito desde antes de que tengamos consciencia y por ello no lo valoramos ni lo cuidamos, pero una cosa es dilapidar la propia fortuna y otra malgastar la de los otros.
La vida de casi todos los seres humanos gira hoy con precisión de relojería y en esa dinámica, que nos hagan esperar cinco, diez, quince minutos es un desajuste en la programación de 24 horas. Esos diez minutos tarde son diez minutos que le quitamos a esa persona para atender a otra, para dedicarlos a algo importante o tal vez urgente, para salvar una vida, para que juegue con sus hijos, para que tenga tiempo de almorzar, para que logre cumplir con sus obligaciones o simplemente para que pueda descansar. Son diez minutos que literalmente le estamos robando y tiene toda la gravedad de un hurto porque serán momentos irrecuperables, irreemplazables.
Llegar tarde, a diferencia de lo que algunos piensan, no nos hace ser o parecer más importantes. Por el contrario, incumplir, fuera de mostrar falta de respeto por los demás, evidencia un poco de egoísmo, de desorden, de descuido y de falta de planeación, un trancón nos puede tomar por sorpresa una vez, pero si todos los días lo encontramos en el mismo punto, podríamos tomar otra ruta, o salir un poco más temprano.
La invitación entonces es a tomarse un poco más en serio el tiempo propio y el de los demás. A honrar la palabra dada y que si afirmamos que llegaremos a una hora, sea exactamente a esa y no quince minutos tarde. A reconocer que el tiempo del otro es valioso y que no tenemos el derecho de desperdiciarlo y que si lo hacemos lo estamos afectando, pero en primera medida nos estamos afectando a nosotros mismos, a nuestra credibilidad y confiabilidad.