Un trasteo se convierte en la mejor oportunidad para deshacerse de objetos olvidados y a su vez, para limpiar o alivianar el alma.
Por: Claudia Arias V.
Un trasteo se convierte en la mejor oportunidad para desprenderse de objetos olvidados y a su vez, para limpiar y alivianar el alma.
La caja escurría, su cartón estaba pegado entre las revistas, medicinas y otros objetos que contenía, si bien algo menos destrozados, pero olvidados y vencidos; ya no recordábamos por qué habíamos guardado aquella revista, que en el estado actual ni valía la pena revisar. Teníamos días (quizás meses o años) de no entrar al cuarto útil, de no hurgar entre los cientos de objetos que, a juzgar por su permanencia, todavía parecían tener alguna importancia.
Y de no ser por el trasteo, la pereza habría seguido dilatando aquella cita con el pasado, con la necesaria tarea de abrir, esculcar, filtrar, descartar y al final volver a guardar, quizás para revivir el ciclo en unos años. Mudarse es tanto una aventura como un reto, a veces por deseo, a veces por obligación, no obstante, se trata de una acción que nos confronta.
Empacar cajas y maletas implica desempacar el alma, abrirse a una exploración de objetos olvidados, fotos borradas de la memoria y años de más que imaginábamos siempre menos; empacar es sacar un espejo retrovisor en el que nos miramos para saber, al fin, que no es cierto aquello de que estamos iguales que hace veinte años y que la vida pasa, con todo lo que esto implica. Empacar es un ejercicio físico y energético nada fácil, pero aun así, cargado de cosas que vale la pena afrontar: limpiar, regalar, botar, en suma, renunciar.
Cada caja significa el cierre de un espacio que ha sido vida, alegría, tristeza, enfermedad, celebración… y la apertura de otro que llega con incertidumbre, quizás miedo, quizás ilusión y la certeza de que la vida es movimiento. Elegir qué se va con nosotros a esta nueva etapa requiere valentía y desprendimiento, además de confianza en los rumbos que se abren.
La casa es nuestro espacio seguro, allí donde nos guardamos cuando no hay espíritu para enfrentar el exterior o simplemente para disfrutar horas de recogimiento, por eso moverse de ella resulta, en cierta manera, incómodo, pero lo incómodo también constituye parte fundamental de la existencia. Solo al movernos (en este caso trastearnos) nos topamos con recuerdos como aquello que escribimos en ese viaje universitario que nos llevó hasta ese pueblo perdido años ha; o con la cajita de los chocolates que nos trajo un buen amigo hace ya muchos chocolates y que por apego conservamos.
Ritual, memoria y olvido, empacar como reconstrucción de lo vivido y proyección de un mañana incierto; como ejercicio de limpieza de alma y los espacios y como antídoto a la necesidad que nos acosa de quietud y acumulación, en una existencia que, al contrario, es puro movimiento y renuncia.