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El otro tras la hendija

8 noviembre 2016 Revista 5 Sentidos

Asumir que la forma en la que actuamos es la única correcta, nos impide ver que hay más caminos. La clave es convivir con las diferencias, no intentar cambiarlas.

Ilustración de dos personas dentro de cristales

Por Claudia Arias V.

Miramos la vida desde donde la vivimos. A veces más seguros, a veces menos, pero casi siempre tratando de estar convencidos de que elegimos el camino correcto, que levantarnos temprano para que el día rinda es un buen negocio y que ir a la cama a más tardar a las diez resulta óptimo para cuerpo, mente y alma. Entonces conocemos a un personaje que vive de noche, que no desayuna porque nunca está en pie a la hora de calentarse una tostada y que no sabe lo que es irse a la cama antes de las dos de la mañana, raro, ¿no?

Con todo, empezamos a escuchar su rutina, le pedimos que nos narre sus almuerzos prolongados, sus jornadas de trabajo nocturnas, sus mañanas lentas en las que el cerebro apenas se conecta un par de horas después de abrir los ojos. Nos sorprendemos con las divertidas historias de sus noches como DJ o con sus aventuras como guía nocturno en alguna atracción turística que también tiene vida solo cuando el sol se oculta; nos sintonizamos con él alguna tarde, ese único espacio de vida que parecemos compartir, así sea alguien cercano, así vivamos en la misma ciudad, raro, sí.

Conversamos y nos damos cuenta de que mientras nosotros esperamos la quincena, él no tiene claros sus ingresos del resto del año; entendemos que planear las vacaciones con meses de antelación no es el único camino, que este noctámbulo suele decidirlas apenas un par de días antes y que no empaca sino cuando está a horas de partir, mientras nosotros ya tenemos la maleta cerrada con candado con una semana de antelación. Ama andar de chanclas, frente a nuestros zapatos siempre cerrados; y toma el café con tres cucharaditas de azúcar, vaya manera de arruinar la mejor bebida del mundo, pensamos.

Si logramos empatizar y conectarnos con esta forma de vida, ¿rara?, quizás podamos ver un pedacito del mundo que nos es ajeno. El asunto está en no intentar mostrarle al otro que ser economista resulta mejor que dedicarse a pinchar discos en las noches y que no hay día posible sin una buena tostada con queso a las siete de la mañana. Miramos la vida desde donde la vivimos y a veces estamos tan concentrados en ella, que olvidamos que somos más de siete mil millones de personas en este mundo, y que cada uno cree vivir la vida como debe vivirse (hartándonos todos a ratos).

El mundo gira, y si nos apeamos y miramos por una hendija, quizás veamos más allá de nuestros ojos. Por fuera del propio reino particular hay otra manera de ser, de actuar, de vivir, de sentir. Nuestra existencia se enriquece con ello, hay más creatividad, más diversión, más dolor también, pero más verdad, el mundo no es solo el que ven nuestros ojos. No siempre nos resulta fácil aceptar la forma de vida de otros, pero intentar acercarse a esta y entender un poco su lógica, se considera mejor negocio que insistir en cambiarla.