Vivir en espacios pequeños es una manera de reducir el consumo de recursos no renovables y tener más tiempo y libertad. Esta, The Tiny House, es una tendencia que cobra fuerza en el mundo.
Carolina y Carlos terminaron su casa en Medellín. Es pequeña, pero con todo lo necesario. Para construir los 35 metros cuadrados tuvieron muy en cuenta el terreno y respetaron tres árboles frutales, entre ellos un aguacate. “Los seres humanos estamos obsesionados con el espacio, queremos seguir viviendo en casas más y más grandes, lo cual no es necesario ni consecuente en el mundo de hoy”, dijo ella.
Cada vez hay más personas queriendo vivir cerquita de la tierra, tener un área para sembrar, una manera de reconectarse con lo básico. Pero también crece la tendencia a vivir en espacios más pequeños, para muchos está claro que mientras vivamos en áreas más grandes, mayor será el uso de recursos no renovables y la generación de desperdicios.
En países europeos y asiáticos, por cuestiones de disponibilidad de tierra y costos, pero también culturales, es común vivir en espacios pequeños, movimientos como el minimalismo nórdico apuestan por ello desde mediados del siglo XX; pero no es igual en Canadá o Estados Unidos (a excepción de ciudades como Nueva York), donde en ciertas zonas los territorios parecen ilimitados. No obstante, cada vez más personas se unen a la iniciativa The Tiny House (casas pequeñas), nacida en Estados Unidos, que aduce preocupaciones ambientales y financieras, así como el deseo de tener más tiempo y libertad.
Su propuesta es vivir en espacios que van entre los 10 y los 37 metros cuadrados (la casa pequeña promedio tiene 17 metros cuadrados y la casa estándar norteamericana unos 200), y si bien aclaran que esta no constituye una alternativa para todas las personas, sostienen que sí hay lecciones que se pueden aprender e incluso aplicar.
Tener una casa más pequeña significa tener menos espacio y pertenencias por las cuales preocuparse, menos pisos y ventanas para limpiar y ello implica libertad para disfrutar el tiempo en otras actividades.
Algunos, incluso, construyen casas que pueden remolcarse, de manera que si viajan por tierra no tienen que preocuparse por el hospedaje, suena extraño desde la concepción tradicional del espacio de vivienda, pero no es descabellado en ciertos contextos.
También nos pasa en las ciudades colombianas, que ante la aglomeración cada vez mayor de personas, quienes tienen los recursos optan por irse a vivir en los alrededores para construir la gran casa que ya no cabe en la ciudad; escapamos de la urbanización, para ubicarnos en un lugar que también nos expulsará en algún momento.
Se trata de un asunto de perspectiva y de definición de prioridades. Como dice Carolina: “El tema radica en las diferentes dimensiones que tenemos del espacio y los imaginarios colectivos cargados de obsesiones por una felicidad errada”.
Sí, cada cual determina el espacio que habita y la forma en que lo hace, pero es claro que tenemos un solo planeta para habitar y que el consumo exagerado de recursos, la tendencia a la acumulación, a desear en exceso y la incapacidad para pensar en la responsabilidad con las próximas generaciones obligan a una reflexión.