Nos pasamos los días gastando el ahora en mundos ilusorios que no se pueden cambiar ni construir. Atrévase a vivir en presente activo, pensante y constructivo.
¿Qué tienen el pasado y el futuro mejor que este presente? Si lo planteamos seriamente y le preguntamos a alguien que lo haya vivido con nosotros, tal vez nos señale que ese pasado que hoy se recuerda como la mejor época de la vida, se vivió con las mismas posibilidades del presente: muchos aciertos, buenos resultados en algunas cosas y resultados desafortunados en otras. Seguramente nos vieron llorar, patalear, decir que la vida es injusta, añorar momentos del pasado y desear estar en el futuro, futuro que hoy es presente y en el que decimos “todo tiempo pasado fue mejor”.
Con seguridad no es peor que el de otros seres humanos, solo que muchas veces vertemos en él amarguras, dolores y miedos que tenemos adentro y lo demonizamos creando un relato de tragedias sin fin. Pero la verdad radica en que generalmente el pasado no fue ni tan malo ni tan bueno, solo fue y tuvo de todo un poco: alegrías, tristezas, triunfos y derrotas.
La muerte de un ser querido, una decepción amorosa, un descalabro económico hacen parte de la vida, pero a veces los convertimos en una tragedia. El curso normal consiste en que estas experiencias dolorosas ocurran, se les haga el duelo necesario y se siga adelante, si no es así, si nos quedamos en ellas es porque no se digirieron asertivamente y quedaron como asuntos no resueltos que hay que solucionar.
¿Qué hacer con el pasado?
El pasado es parte de nuestra identidad, es nuestra historia, sin embargo no podemos quedarnos viviendo en él y si nos acosa hay que tener claridad en varias cosas:
- Los hechos no se pueden cambiar. Lo que se hizo, se dijo, se vivió es inamovible.
- En el aquí y el ahora sí se puede cambiar la propia percepción e interpretación sobre ese hecho y eso sí tiene verdadera importancia, porque tal vez es la clave para “liberarnos” de las cadenas que no nos dejan avanzar, para así disfrutar este presente que la vida nos regala.
- También deberíamos preguntarnos si estamos utilizando ese pasado para no asumir la responsabilidad en nuestro propio presente. A todos nos ha pasado algo, no se vive impunemente, pero lo vivido no nos quita la responsabilidad de que el presente nos lo construimos nosotros mismos.
Cambiar la percepción del pasado puede ser una tarea ardua porque muchas veces nos enfrentamos a sentimientos y emociones que se hallan muy escondidos y disfrazados. Buscar soporte profesional es una buena idea, porque una persona externa nos puede ayudar a desenredar, de una vez, esa madeja de pensamientos y sentimientos que no nos dejan ser felices.
No importa cuántos años tengamos, 20, 30, 60, 80, o 100, el objetivo es abrazar la vida y disfrutarla con lo bueno y lo no tan bueno que nos da. Reconciliarse con el pasado es pensar que eso que pasó fue lo mejor o lo único que podía pasar y que por doloroso que fuera, aprendimos y nos convertimos en personas más sabias, más humildes y, tal vez, más fuertes.
¿Y qué hay del futuro?
El futuro es un sueño. Nunca estará en nuestras manos lo que va a ocurrir en el próximo minuto, en la próxima hora o el próximo año. Podemos fantasear y regodearnos en un mañana maravilloso, pero eso no nos va a llevar a ningún lado, también temer y angustiarnos con ese futuro, mas lo único que estamos haciendo es desperdiciar otro momento presente. Mañana es nunca, las cosas hay que hacerlas ya porque no se sabe si habrá un mañana para hacerlas.
Para vivir una realidad presente hay que aceptar que el presente no es algo automático que se da, sino algo en lo que se debe trabajar. Para lograr un presente digno, hay que tener conciencia de que yo tengo que tomar las riendas de mi vida, descubrir qué quiero hacer con ella, qué quiero lograr, con qué cuento y cuáles son mis opciones. Se trata de reconocer, de asumir responsabilidades y dejar de esperar que otros (Dios, el destino, los hijos, la pareja o el Gobierno) nos solucionen los problemas, en otras palabras, dejar de ser una víctima para comenzar a ser el director de nuestra vida.
Pero, ¿por qué es tan difícil? Porque requiere trabajo y los seres humanos tendemos a emplear el mínimo esfuerzo. También se necesita carácter, estructura de personalidad, reconocimiento de que no todo se puede alcanzar, aceptación de que solo con querer no se logran las cosas, sino que hay que definir cómo se van a hacer, si con los medios que tengo puedo asumir los riesgos que mi proyecto implica y tener la capacidad de asumir las consecuencias. En el presente no hay excusas, no hay peros ni “fue que…”, las cosas se hacen o no se hacen. Los avances se ven por resultados, no por la intención.
Tener un propósito personal
Hacerse cargo de uno mismo no solo es bueno para la salud física y mental, también es una responsabilidad: si no me hago cargo de mí mismo, ¿quién lo hará?
Cambiar de mentalidad no es fácil y menos después de una vida dedicada a los otros: a que los niños crezcan, que la pareja se encuentre cómoda o que la familia esté bien. Cuando la edad avanza y las responsabilidades disminuyen, se tiene la gran oportunidad de decir “yo primero” y empezar a descubrir lo que somos, lo que queremos, lo que nos hace felices y lo que no. Podemos hacernos preguntas y encontrar respuestas, asumir el presente y recuperar la capacidad de ver nuestra realidad, lo que realmente tenemos y cómo estamos. También comenzar a hacer elecciones asertivas y no tomar decisiones condicionadas como se hizo toda la vida, por circunstancias, presiones, eventos o compromisos.
Pero, ante todo, hay que querer: se necesita el cuerpo y el alma para hacerse preguntas y asumir el presente. Sin preguntas no hay respuestas y sin estas no se toman las decisiones del presente y en ese vacío síquico aparecen los síntomas: quejas, culpas propias y ajenas, dolores reales e imaginarios, exigencias, rabias con cercanos y desconocidos, odios irracionales o descontentos generales.
Acomodarse en el “no hacer”, que es consecuencia del “no ser”, resulta muy fácil. Si yo no soy responsable de mí mismo, soy una víctima siempre. Me quejo, regaño, culpo a los demás, me escondo en el pasado para no tener que moverme y me escudo en el “Yo soy así”, que tampoco existe. Nadie “es así”, sería más correcto decir “estoy así”, porque lo aceptemos, o no, siempre tenemos la posibilidad de cambiar, de evolucionar, de hacer transformaciones, de adaptarnos. Pero, otra vez, es cuestión de decisión. Solo cambiamos si queremos, solo nos adaptamos si queremos. Ese es el libre albedrío y es, tengamos la edad que tengamos, nuestro tesoro.
Vivir una vida plena no es estar en una nube ni negar las vicisitudes del aquí y el ahora. Es tener los pies en la tierra, agradeciendo lo bueno y conscientes de que lo no tan bueno también es vida.
Fuente: Catalina Arcila, sicóloga.