La única mujer que integró la Comisión de Sabios creada en 1994, lleva cerca de 70 años investigando microorganismos. Y aunque se jubiló, sigue vigente.
Un abuelo médico que hacía fármacos, un microscopio que ‘estiraba’ su mirada y un libro sobre microbios de un autor estadounidense fueron determinantes en la vida de Ángela Restrepo Moreno, la docente e investigadora que ha dedicado casi 70 años de su vida al estudio de los microorganismos, una mujer disruptiva en su época.
Creció en un ambiente libre, lleno de amor y apoyo, con privilegios que le permitieron encontrar su vocación y perfilar su camino. Su abuelo materno, Julio Restrepo Arango, fue uno de los primeros médicos graduados que hubo en Colombia. Además, un avezado farmaceuta que tenía un laboratorio en su propia casa, donde fabricaba recetas para las dolencias de sus pacientes.
Cuando tenía seis años y recorría, inquieta, la casona familiar, Ángela se encontró con un objeto que marcó su vida: un microscopio. A sus preguntas sobre los objetos con que trabajaba su abuelo, se sumaron otras como para qué servía ese objeto y lo que se podía mirar en él. Las respuestas la dejaron marcada para siempre; en ese momento supo a qué dedicaría su vida: a “estudiar microbios”.
Desde entonces no ha parado de indagar sobre los microbios. En bachillerato conoció un libro que terminó de enamorarla de su vocación: Cazadores de microbios, de Paul de Kruif, médico y bacteriólogo estadounidense que relató la vida de Anton van Leeuwenhoek y otros personajes inquietos por los microorganismos.
En 1950 se graduó del colegio La Presentación y, según Ángela, fue el año más triste de su vida. La razón es que en ese entonces en Medellín no había una carrera profesional que le permitiera estudiar los microbios que tanto le gustaban. La carrera más cercana era Medicina.
Quien persevera, alcanza
Cuando parecía que no podría estudiar lo que le apasionaba, en el Colegio Mayor de Antioquia iniciaba actividades la Escuela de Tecnología Médica, de la que Ángela se graduó como tecnóloga iniciando la década del cincuenta.
Al Departamento de Microbiología de la Universidad de Antioquia llegó en calidad de practicante y allí, sin proponérselo, se le presentó una nueva oportunidad. En ese entonces la Facultad de Medicina tenía un convenio con la Universidad de Tulane, en Estados Unidos, y como el decano de la época hablaba poco inglés y Ángela dominaba bien el idioma, fue delegada para ser intérprete de Morris F. Shaffer, jefe del Departamento de Microbiología de esa institución, durante los 15 días de su estadía en Colombia.
Foto: Periódico Alma Máter, Universidad de Antioquia.
Poco tiempo después, Ángela recibió una carta del doctor Shaffer en la que le agradeció el apoyo brindado y le ofreció ayudar a gestionar una beca para que continuara sus estudios en Estados Unidos. “A pesar del susto, pesó el deseo de aprender. Así que viajé a hacer una Maestría en Microbiología”, recuerda.
La experiencia de dos años en la Universidad de Tulane le dejó buenas amistades e inquietudes académicas por las que, años más tarde, regresó a cursar un Doctorado en Microbiología con énfasis en micología. Por su fijación en el tema de los hongos, Ángela ha dedicado la mayor parte de su vida profesional al estudio del Paracoccidioides brasiliensis, que dio origen a varias de sus investigaciones.
Ciencia que sirve a la sociedad
En la Universidad de Antioquia Ángela estuvo hasta 1972, cuando renunció por cuenta de una difícil coyuntura con el movimiento estudiantil. De ahí pasó al Laboratorio de Salud Pública del Departamento de Antioquia, donde aunque desarrolló un trabajo importante no encontró una plena satisfacción profesional.
Un día varios colegas y amigos con los que había trabajado en la U. de A. se juntaron y, apoyados por instituciones como el Hospital Pablo Tobón Uribe y la Universidad Pontificia Bolivariana (luego se sumaron más), dieron origen a la Corporación para Investigaciones Biológicas —CIB—, en la que Restrepo dejó huella durante 25 años y donde todos pudieron hacer lo que soñaban: “Facilitar la investigación y preocuparnos por procesos que eran muy nuestros”.
El CIB se posicionó como referente de investigación en el escenario nacional e internacional, fue reconocido por Colciencias y sus efectivos métodos diagnósticos le hicieron ganar aceptación entre la ciudadanía. Esa notoriedad llevó a Ángela a ser la única mujer en la Misión de Sabios creada por el presidente César Gaviria en 1994, con personajes como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y Gabriel García Márquez, para sugerir hacia dónde debía avanzar Colombia en materia de educación, ciencia, desarrollo tecnológico y progreso.
Aunque Ángela se retiró hace casi tres años del CIB, sigue asesorando a estudiantes, revisando tesis de exalumnos y manteniendo su mente actualizada porque “las neuronas hay que mantenerlas activas”. Se considera una persona privilegiada porque pudo hacer lo que quiso sin mayores obstáculos, aun cuando en su época una mujer solo tenía tres caminos: irse de monja, casarse o quedarse cuidando a sus papás hasta el fin de sus vidas.
A sus 88 años, se sigue fascinando con la magia de la naturaleza como aquella niña que se enamoró de los microbios a los seis años. “La admiración que siente uno ante el prodigio de la naturaleza es muy grande; que algo tan pequeño tenga tanta información sobre la vida”, concluye.
Fecha de publicación: marzo 17 de 2019.