A inicios de la década pasada, esta deportista se unió al Equipo 7 Cumbres Colombia para dejar la bandera del país en las cumbres más altas del mundo.
A inicios de la década pasada, esta deportista se unió al Equipo 7 Cumbres Colombia para dejar la bandera del país en las cumbres más altas del mundo.
Al caer la noche del 23 de mayo de 2007, luego de 42 días de haber salido de Colombia con destino a los Himalayas, en Asia, Ana María Giraldo emprendió el último tramo del trayecto hacia la cima del mítico Everest, la montaña que define la frontera entre Nepal y China y que marca el punto más alto del planeta con 8842 metros.
La experiencia le permitiría a esta caldense grabar su nombre en una de las páginas más importantes de la historia deportiva del país, pues horas después de haberse entregado a la oscuridad para hacer el final del recorrido, recibió el amanecer en la cima convirtiéndose en una de las tres colombianas que hasta ahora han pisado este pico del mundo.
Katty Guzmán y Mónica Bernal fueron las otras dos mujeres que plantaron la bandera de Colombia en esa nieve densa que le hace cosquillas al cielo y, desde entonces, las tres adquirieron “un halo de sobrenaturalidad” que las acompaña en cada faceta de sus vidas, dice Ana. “Eso causó que la gente nos empezara a ver con mucha admiración. A esta excursión, que buscaba que las mujeres colombianas llegáramos al punto más alto, fuimos doce colombianos: nueve hombres y nosotras tres. De los doce, nueve íbamos a intentar llegar a la cumbre y lo logramos cinco”.
Por eso, descender del Everest solo significó el comienzo de otros ascensos para Ana, no solo profesionales, sino familiares. En 2009, motivada por la idea de pasar más tiempo con sus padres y hermanos, regresó a Manizales y dejó atrás sus días en Bogotá, la ciudad a la que había llegado en 2005 —justo después de graduarse como ingeniera industrial de la Universidad Nacional— para entrenarse con el Equipo 7 Cumbres Colombia, con el que además de haber subido a la punta más alta del mundo, escaló el Aconcagua (2003), el Elbrús (2003) y el Denali (2004).
Al regresar a su tierra, esta deportista que a los ocho años empezó a nadar y que en sus años de adolescencia llegó a representar a Colombia en dos mundiales de natación con aletas en Francia y Polonia, se unió a Kumanday, la empresa de turismo de aventura que había fundado su hermano. “Trabajé con ellos en algunos proyectos y en 2012 me integré como socia. Ofrecemos experiencias en bicicleta, recorridos por los Andes centrales colombianos y por el paisaje cultural cafetero. Además, tenemos planes pedagógicos para colegios. De esto último me encargo yo”, cuenta.
Por las siete cumbres
En 2011 se unió de nuevo al equipo para alcanzar la quinta de las siete cumbres más altas del mundo: el Kilimanjaro, una montaña con menos complejidades que las cuatro anteriores. Sin embargo, al conquistar su cima, dejó pendientes dos más: el Vinson, la más alta de la Antártica, y el Carstensz, la más alta de Oceanía. Por eso en 2012, luego de casarse con Francisco Rivera, su novio de dos años y amigo por más de ocho, Ana María retomó su plan de escalada, “y en eso tuvo mucho que ver él, pues fue quien me dijo que terminara ese ciclo. Es un hombre que cree en lo que yo puedo hacer y se siente orgulloso de mí”.
Con ese propósito en mente ambos empezaron a buscar patrocinios, pero a inicios del 2013 hicieron una pausa al darse cuenta de que estaban esperando su primer hijo. Así nació Simón y, 18 meses más tarde, Rafael. “Con ellos empecé a subir la montaña de la familia. Fueron varios años de descubrir la maternidad, hasta que hace año y medio mi esposo me animó a acabar mi proyecto de las siete cumbres”, recuerda. Uno de los primeros pasos que dio para recuperar su ritmo como montañista fue acompañar a una excursión de cinco deportistas de su ciudad al campo base del Everest por el lado sur.
Ese viaje marcó su regreso al montañismo, actividad a la que en los últimos años se había dedicado desde otros ángulos: con Kumanday, desde su rol como guía y estratega de las experiencias de aventura, y con las actividades familiares al aire libre, con las que busca enseñarle a sus hijos a disfrutar la naturaleza. “A mí me gusta terminar todo lo que empiezo, por eso mi objetivo ahora es irme en junio al Carstensz y al Vinson en diciembre. Y aunque ya no tengo a mis compañeros de equipo, lo bonito de esto va a ser que voy a vivirlo desde un punto de vista muy distinto: como madre y esposa”.
Fotos: cortesía.
Fecha de publicación: marzo 7 de 2019.
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